miércoles, 12 de agosto de 2020

¿Por qué no me besas?

Don Fermín y doña Elizabeth tenían casi cuarenta años de casados y una familia numerosa con seis hijos, doce nietos y dos bisnietos.

Para don Fermín era un gran logro seguir en este mundo a su edad y permanecer al lado de la primera mujer que amó. Él estaba lleno de vivencias y recuerdos, pero doña Elizabeth no recordaba nada desde hace tres años cuando la diagnosticaron una enfermedad que don Fermín no podía pronunciar.

Desde ese momento la rutina de la pareja cambio. Su casa se llenaba cada día con un hijo y nietos diferentes para que la semana siguiente doña Elizabeth los recuerde en un orden específico, los hijos no se quedaban mucho tiempo y ayudaban poco en los cuidados porque don Fermín insistía en hacerlo todo.

Todas las mañanas, don Fermín se levantaba temprano para preparar el desayuno, despertar a su querida Elizabeth, recordarle que era hora del baño y darle un abrazo despacio para que no asustarla. Por la tarde, llegaban sus nietos para ver fotografías viejas con doña Elizabeth y trataban de hacerla recordar las caras de sus padres, tíos y sobrinos. Don Fermín se sentaba en el sillón a mirarlos.

Cuando todos se iban, Fermín acostaba a Elizabeth, tenía que ayudarla a ponerse la pijama, lavarse los dientes e ir al baño antes de acostarse, ella hacía todo en automático. Al estar acostada, don Fermín, sentado a su lado, recordaba por ella.

— Me acuerdo— dijo don Fermín en voz baja —cuando te vi la primera vez, eras la muchacha más linda de la vecindad, con tu cabello negro hasta la espalda, la cara blanca y las piernas largas y tersas.

Sabía que no me harías caso, hasta que un día te acercaste y dijiste con voz de niña “¿Eres mi novio?” y te respondí “sí, soy tu novio”. Sonreíste y te fuiste corriendo. Cuando me di cuenta ya estaba en casa de tus padres pidiendo tu mano para casarnos. Te recuerdo de novia, de esposa, de amante, de amiga, de madre y de abuela. Te recuerdo toda.

Don Fermín mira a su esposa acostada, tocó su cintura y después tomó despacio su mano para no despertarla.

— ¡Qué no daría para que me recordaras!— los ojos de don Fermín se llenaron de lágrimas. Elizabeth se incorporó a su lado.

— ¿Eres mi novio?— dijo Elizabeth.

— Sí, soy tu novio— dijo don Fermín mientras una sonrisa nerviosa se dibujaba en su boca.

— Entonces, ¿por qué no me besas?

Elizabeth recordó la única frase que Fermín había olvidado: la frase de su primer beso.

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