viernes, 30 de octubre de 2020

Calabaza

Su madre le había advertido que no fuera al bosque. El niño, curioso como todos, la desobedeció. Entró al campo de calabazas, jugó entre ellas rompiendo algunas por error. Tropezó con una rama salida, terminó en un agujero oscuro y profundo.

Después de un descanso de sus labores, la mujer se dio cuenta que no estaba su hijo. Corrió desesperada al bosque, llegó al campo de calabazas, gritó el nombre del niño. A lo lejos vio una silueta conocida, pero la cabeza era más ancha, anaranjada y con la forma de los ojos, nariz y boca tallada. Un nuevo Rey Calabaza se alzaba.

 

miércoles, 26 de agosto de 2020

Los dedos

 De nuevo estaba soñando.

Era la casa de mis abuelos.  Me veía sentada de espaldas frente a las macetas de mi mamá. Me distraía mirando los gusanos de la tierra, había una persona conmigo, no la reconocía, pero veía su silueta en negro. Le pregunté si estaba seguro que los dedos volvían a crecer, me respondió con un seco: "no te preocupes, vuelven a salir".

Miraba mi mano izquierda: todos mis dedos habían sido cortados y alineados de manera circular en la maceta con gusanos. Vi mi mano derecha y me quedaban tres dedos: el pulgar, índice y medio. Ya no podía cortármelos, así que entre al cuarto de mi mamá para que me ayudará, quise prender la luz, pero el foco no encendía pensé: "de nuevo..."
Quise salir del cuarto de mi mamá. La puerta estaba cerrada, di la vuelta para entrar a mi cuarto, me senté en mi cama a esperar. Mis manos ya tenían dedos de nuevo y dije en voz alta: "no mentía".
Había muchos ruidos en el cuarto de mi mamá: susurros, cosas que se movían, llanto y lamentos. Me levanté para encender la luz, pero no pasaba nada, regresé a mi cama y me acosté.

No recuerdo cómo me quedé dormida. Abrí los ojos, me levanté, mirando el apagador, mis manos tenían una sensación extraña y conté mis dedos, estaban completos.
Con el dedo índice moví el apagador y el foco se encendió: "¡Por fin! ¡Desperté!", pensé. Regresé a mi cama para acomodar las cobijas y la luz se apagó, los susurros y llantos se volvieron a escuchar. Me acosté de nuevo, pero ya no abrí los ojos hasta que mi mamá encendió la luz y me dijo que era tarde para irme a la escuela.

Mis dedos seguían en su lugar. 

miércoles, 12 de agosto de 2020

El miedo se va volando

El parque estaba iluminado con las pocas lámparas que seguían funcionando. Una niña estaba sentada en uno de los columpio, sostenía un globo rojo que le habían comprado esa tarde.

Miraba las pocas estrellas imaginando que eran pequeños ángeles que la observaban desde el cielo mientras se columpiaba. Después de un rato, bajó del columpio y recorrió el parque, vio la fuente y le pareció que los coyotes se veían más aterradores y los árboles alrededor tenían rostros que la seguían con la mirada mientras avanzaba. 

Escuchó un ruido detrás de ella que le erizó la piel, era un ruido de pasas apresurados. Corrió asustada sin soltar su globo, pero los pasos se hacían cada vez más fuertes. Siguió corriendo hasta llegar a una casa blanca, donde la luz se arrojaba sobre el muro dibujando su sombra y la del globo en la pared. La niña llena de miedo volteo al escuchar una voz que la llamaba por su nombre. En la pared se proyectaba la sombra de una mano.

El cielo nocturno se adornó con un globo rojo, la luna sonrió detrás de las nubes iluminando todo el parque mirando a la pequeña niña en brazos de una mujer llorando.

¿Por qué no me besas?

Don Fermín y doña Elizabeth tenían casi cuarenta años de casados y una familia numerosa con seis hijos, doce nietos y dos bisnietos.

Para don Fermín era un gran logro seguir en este mundo a su edad y permanecer al lado de la primera mujer que amó. Él estaba lleno de vivencias y recuerdos, pero doña Elizabeth no recordaba nada desde hace tres años cuando la diagnosticaron una enfermedad que don Fermín no podía pronunciar.

Desde ese momento la rutina de la pareja cambio. Su casa se llenaba cada día con un hijo y nietos diferentes para que la semana siguiente doña Elizabeth los recuerde en un orden específico, los hijos no se quedaban mucho tiempo y ayudaban poco en los cuidados porque don Fermín insistía en hacerlo todo.

Todas las mañanas, don Fermín se levantaba temprano para preparar el desayuno, despertar a su querida Elizabeth, recordarle que era hora del baño y darle un abrazo despacio para que no asustarla. Por la tarde, llegaban sus nietos para ver fotografías viejas con doña Elizabeth y trataban de hacerla recordar las caras de sus padres, tíos y sobrinos. Don Fermín se sentaba en el sillón a mirarlos.

Cuando todos se iban, Fermín acostaba a Elizabeth, tenía que ayudarla a ponerse la pijama, lavarse los dientes e ir al baño antes de acostarse, ella hacía todo en automático. Al estar acostada, don Fermín, sentado a su lado, recordaba por ella.

— Me acuerdo— dijo don Fermín en voz baja —cuando te vi la primera vez, eras la muchacha más linda de la vecindad, con tu cabello negro hasta la espalda, la cara blanca y las piernas largas y tersas.

Sabía que no me harías caso, hasta que un día te acercaste y dijiste con voz de niña “¿Eres mi novio?” y te respondí “sí, soy tu novio”. Sonreíste y te fuiste corriendo. Cuando me di cuenta ya estaba en casa de tus padres pidiendo tu mano para casarnos. Te recuerdo de novia, de esposa, de amante, de amiga, de madre y de abuela. Te recuerdo toda.

Don Fermín mira a su esposa acostada, tocó su cintura y después tomó despacio su mano para no despertarla.

— ¡Qué no daría para que me recordaras!— los ojos de don Fermín se llenaron de lágrimas. Elizabeth se incorporó a su lado.

— ¿Eres mi novio?— dijo Elizabeth.

— Sí, soy tu novio— dijo don Fermín mientras una sonrisa nerviosa se dibujaba en su boca.

— Entonces, ¿por qué no me besas?

Elizabeth recordó la única frase que Fermín había olvidado: la frase de su primer beso.

jueves, 6 de agosto de 2020

Cielo

El cielo se abrió, literalmente. Podíamos ver esa gran abertura justo en medio. Siempre se pensó que se verían las estrellas, la luna o el universo, pero nunca imaginamos que se verían las barras de colores que aparecen en la televisión cuando falla la señal.

martes, 14 de julio de 2020

El ritual

La bruja le recomendó que iniciara el ritual justo a las tres de la mañana para que diera mejor resultado. Primero hizo un círculo con sal, en medio de este colocó una silla, luego la rodeó con doce velas negras.

 Se desvistió, se untó el aceite de rosas por todo el cuerpo y se sentó en la silla. Repitió tres veces su deseo: deseo un buen hombre, deseo un buen hombre, deseo un… no pudo terminar de decir la última parte, las velas se apagaron y ella estaba en completa oscuridad. No podía moverse.

 Sintió unas garras que le apretaban los pechos, entre sus piernas se deslizaba algo largo y pegajoso que la penetró varias veces con una fuerza excesiva, pero ella lo disfrutó hasta que tanto placer la hizo desfallecer.

 Al día siguiente recobró la consciencia, se levantó y vio que alrededor de la silla había plumas blancas en el piso.

Festividad

Pronto será Día de Muertos y tendré que desempolvar el cadáver de mi abuela para ponerlo como adorno en el jardín.

Felicidad

“Reír, silbar, bailar, cantar son señales de que una persona es muy feliz; le gusta la vida que tiene y no desea nada más.” Es extraño que recuerde eso mientras el hombre que lo mutilaba silbaba una canción.